lunes, 12 de septiembre de 2011

• Lenguaje y Semiótica

 El signo entendido como la unidad de significado funciona dentro de un proceso que denominamos semiosis, el cual tiene tres factores (a) el signo; (b) aquello a que se refiere el signo y (c) el efecto en un interprete. A cada uno de ellos los llamamos signo; designatum e interpretante respectivamente componiendo una triada que se puede graficar de la siguiente manera:      Obviamente cada término se implica con los otros; es decir, están relacionados ya que algo es un signo sólo porque es interpretado como un signo de alguna cosa por algún intérprete (Charles Morris; Fundamento de la teoría de los signos). Las dimensiones de este proceso llamado semiosis son incalculables, desde el punto de que un signo puede llevarnos al objeto real, por ejemplo cuando solicitamos que nos alcancen determinado objeto. Puede un signo (o un conjunto de ellos) dar todas las características de un objeto en ausencia del mismo, es decir representado, por ejemplo cuando se realiza  una descripción de algo sin poder apreciarlo en ese momento. Finalmente los signos pueden ser el resultado de un proceso de abstracción realizado por el pensamiento humano y su desarrollo científico, por ejemplo los números; ellos no son palabras en sí mismas: el 2 o dos no se puede ver ni tocar, solo a través de otros objetos que se convierten en signos, ejemplo: 2 libros. El desarrollo de este proceso es de una riqueza absoluta, una vez que comienza produce un encadenamiento sistemático que confluye en la comunicación humana, por ello Umberto Eco señala la existencia de una “semiosis ilimitada” para definir este proceso de nunca acabar. En el mismo sentido Julia Kristeva acuñó el concepto de “intertextualidad” para definir como un texto o discurso (en su sentido más amplio) puede evocar textos pasados y también futuros, como una suerte de previsión de las respuestas del otro frente a determinados textos. En definitiva la construcción del proceso de semiosis es el punto de partida del complejo conjunto de la comunicación, donde se mezclan interpretaciones, objetivos, intereses, experiencias de quienes participamos de ella.  Por ello señalamos la existencia del lenguaje como parte de un proceso social que se construye día a día; no como un hecho abstracto en sí mismo, estanco y neutral frente al mundo social. El punto de partida de la semiótica es el desarrollo de las construcciones de significados, no solo aplicados al lenguaje sino a toda forma de significación, y como estas formas se desenvuelven, se relacionan y se transforman. Estas transformaciones son explicitadas en el día a día de la sociedad en la que vivimos, que en forma creativa va desarrollando formas nuevas de significación social, es decir, formas de representar los procesos sociales que experimenta. En este punto, los sectores populares son los más creativos y ricos en la proliferación de construcciones de significados, siendo los sectores intelectuales los que determinen nuevos conceptos a sus descubrimientos y aplicaciones. Ejemplo de ello puede citarse al lunfardo, o por ejemplo, a las abreviaturas que se utilizan en los mensajes de texto. Todas ellas son producciones que adquieren uso y validez por su vinculación con la realidad social.  El análisis de la semiótica nos prepara para comprender estos fenómenos novedosos de la vida social en que estamos insertos.

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