miércoles, 30 de marzo de 2011

Modernidad y Posmodernidad


Introducción
El término modernidad, en el sentido de lo moderno aparece con Balzac en 1823, pero el adjetivo moderno proviene del latín de finales del siglo V "modernus" entendido éste como lo actual, lo presente.Para finales del siglo X ya se empleaban términos como modernistas y moderni, que significaban "tiempos modernos" y "hombres de hoy" respectivamente. Durante el siglo XII surgieron diferencias entre los discípulos de la poesía antigua y los llamados "moderni" (hombres de hoy). Estos últimos eran considerados superiores pues sus creaciones estaban fundamentadas en la práctica de la dialéctica, es decir, eran más racionales.
Por otra parte, el término moderno, en el momento de su aparición, no implicaba el tiempo: era la separación entre la antigüedad greco-romana y la era medieval.
A principios del Renacimiento se establece una primera división de la historia en tres épocas: la Antigüedad, la Edad Media y la Modernidad. Esta última se constituye en un período muy significativo ya que la modernidad representaría el avance, el progreso, el paso hacia un gran porvenir:
Más interesante que la periodización, son los juicios de valor transmitidos por cada una de estas tres eras expresadas por medio de la metáfora de la luz y de la oscuridad, el día y la noche, la conciencia y el sueño. La antigüedad clásica se asoció con la luz resplandeciente, la Edad Media se hizo nocturna y absorta <Edad Oscura>, mientras que la modernidad se consideró como un tiempo de surgimiento de la oscuridad, tiempo de despertar y <renacer> anunciando un futuro luminoso. (Calinescu:199; p.31)
En el siglo XVIII reaparece la oposición entre lo antiguo y lo moderno, ayer y hoy, entre lo clásico y lo romántico, representando la estética romántica una estética de lo nuevo que se opone a un clasicismo que aspira trascender en el tiempo.
En este momento la modernidad, bajo la forma del romanticismo, establece su valor histórico al promulgarse contra los cánones establecidos por el clasicismo; en consecuencia la idea de la belleza universal y atemporal sufre un proceso de continuas transformaciones.
En Francia, Stendhal (seudónimo de Henry Beyle) plantea en Racine y Shakespeare (1823), que el Romanticismo es: "El arte de presentar a los pueblos obras literarias que en el estado actual de sus hábitos y creencias, son capaces de producir el mayor placer posible" (Compagnon: 1993; p.20). Con esta definición queda claramente determinada la relación entre el arte y la actualidad, lejos de todo interés por el antiguo ideal de belleza, con lo cual se establece un compromiso con un nuevo programa estético.
Para el siglo XIX, Baudelaire plantea una modernidad que reacciona contra la modernización social y la revolución industrial, entre otras cosas. Según Calinescu, Baudelaire "enfrentó la modernidad estética, no sólo a la tradición, sino también a la modernidad práctica de la civilización burguesa", al señalar que "la modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno e inmutable..." (Calinescu: 1991; p.16)
Para Baudelaire la modernidad rompe toda relación con su pasado, devorándose a sí misma al renovarse constantemente negando la novedad del ayer; el poeta y ensayista ve en este proceso de renovación tras renovación la posibilidad de que la modernidad conduzca inevitablemente a la decadencia. La modernidad representa entonces una negación cada vez más fuerte de la tradición, al centrar su búsqueda en lo desconocido, en lo que aún no ha sido explorado.
A finales del siglo XIX, la modernidad dio paso al surgimiento de las vanguardias a la vez que se enfrenta a sí misma considerándose decadente. Según Antoine Compagnon la vanguardia tiende a confundirse generalmente con la modernidad, pero mientras la modernidad se caracteriza por su pasión por el momento actual, en la vanguardia se evidencia una conciencia histórica del futuro y el propósito de adelantarse a su tiempo.
En los últimos años se han incrementado los estudios sobre la modernidad, tanto por filósofos, poetas y teóricos de la literatura, como por investigadores y antropólogos.
Hans Robert Jauss realiza en Tradición literaria y conciencia de la modernidad (1976) un estudio histórico y pionero sobre la modernidad. Señala que desde la antigüedad clásica hasta el siglo XIX, invariablemente lo moderno al cabo de un tiempo se convertirá en lo antiguo, ocupando lo nuevo el lugar de los modernos, de este modo se establece la oposición antiguo/moderno como lo variable, lo substituible.
Para Jauss ya durante el siglo XVIII se dio una mirada crítica sobre el pasado, al introducirse por primera vez la idea del futuro dentro de lo moderno. Es sólo en el siglo XIX, con el ensayo de Baudelaire "El pintor y la vida moderna" (1859), cuando la modernidad nace como un concepto autónomo, sustentándose sobre sí misma, equivalente a lo transitivo, lo fugitivo y lo contingente.
Octavio Paz en Los Hijos del Limo (1974) ve lo moderno como tradición hecha de interpretaciones en la que cada ruptura supone un comienzo. Lo que caracteriza a la modernidad no es lo nuevo, sino su heterogeneidad, su pluralidad ya que la modernidad es siempre distinta.
Lo nuevo no necesariamente es moderno, a menos que se presente como una negación de la tradición y proponga otra distinta.
Paz ubica el inicio de la edad moderna en el siglo XVIII. Desde su nacimiento se da una pasión crítica, y es así una doble negación como crítica y como pasión tanto de la geometría clásica como de los laberintos barrocos. Considera que la modernidad no es continuidad del pasado ni consecuencia del mismo, siempre es distinta, fundando su propia tradición en el momento en que surge. Más que la exaltación de lo novedoso y de lo sorprendente, busca ser la ruptura con ese pasado al que critica. Sin embargo, piensa que lo viejo también puede acceder a la modernidad siempre que constituya una negación de la tradición proponiendo otra.
Constantemente en la estética contemporánea son encontradas irrupciones del arte de civilizaciones antiguas, significando en el momento de su aparición en nuestro horizonte estético una transformación, un cambio. Así, con la modernidad desaparecen las oposiciones entre lo antiguo y lo contemporáneo, al insertarse sin dificultad los productos del arte arcaico dentro del arte actual.
La encargada de borrar estas oposiciones es la crítica. Una crítica apasionada, enamorada del objeto que niega, en constante conflicto consigo misma: a la vez de negar todos los principios, fundamentando el cambio, crea su principio. Esta crítica origina así, un presente con características propias, distinto a todos los anteriores.
Según Octavio Paz, Baudelaire no da una definición de una nueva estética; su aporte esta en establecer la relación entre la modernidad y el tiempo. El ensayista mexicano sostiene que, debido a la modernidad, la belleza será lo que hace únicas, diferentes a las obras de hoy a las de ayer.
Señala también que cada movimiento moderno es el antecedente y a partir de sus negaciones el arte trascenderá; se anuncia así el fin de la modernidad a finales de 1960, pues es el momento en que la modernidad pierde su poder de negación.
Al contrario de Paz, que ve concluida la modernidad estética, para Jürgen Habermas la modernidad se presenta como un proyecto inconcluso. Siente obstaculizada su continuidad por el antimodernismo de la juventud conservadora favorable a la "subjetividad" que no se encuentra sujeta ni al trabajo ni a la utilidad, y por tanto lejana del mundo moderno. Contribuyen a esa paralización los viejos conservadores que se niegan a ser influenciados por la modernidad cultural y los neoconservadores que manejen en esferas aisladas el desarrollo de la ciencia, de la moral y el arte.
Habermas considera que la división entre las artes, el conocimiento científico y la moral, es la causa de que el proyecto de la modernidad fracase, ya que el ejercicio del arte sólo puede darse si se logra una interacción entre lo cognitivo, la practica de la moral y los elementos estéticos.
En Latinoamérica se han desarrollado otras teorías en torno a la modernidad, además de la de Octavio Paz, siendo una de las más actuales la expuesta por Néstor García Canclini para éste sociólogo de la cultura, la modernidad es asumida por los latinoamericanos como innovación, alteración de modelos o sustitución de estos por otros, pero manteniendo siempre referentes de legitimidad.
En su libro Culturas Híbridas (1990) se ocupa tanto del concepto de modernización como el de modernidad. En cuanto al primero, lo identifica con un proceso originado a raíz de la independencia y que abarca el siglo XIX, impulsado por una oligarquía progresista interesada en la alfabetización, entre otras ideas provenientes de Europa.
Este proceso continúa en las primeras décadas del siglo XX gracias al capitalismo, los aportes migratorios, la expansión educativa y los medios de comunicación (radio y prensa); y llega a los años 40 con la industrialización, el crecimiento urbano y una educación media superior más accesible.
Sin embargo, este proceso de modernización latinoamericano no podría igualarse al europeo, debido a varios factores: el índice de analfabetismo continuaba siendo muy elevado, el acceso a la educación aún era insuficiente y la estratificación social hacía que la participación en el movimiento cultural fuese exclusividad de las clases dominantes. Canclini considera que a pesar de todos estos factores en contra, sí hubo modernización aunque ésta se diera en forma contradictoria.
En cuanto a la modernidad, establece que la constituyen cuatro movimientos básicos: 1.- un proyecto emancipador, que implica la secularización de los campos culturales, la producción autoexpresiva y autorregulada de las prácticas simbólicas, y su desenvolvimiento en mercados autónomos; 2.- un proyecto expansivo, que representa a la modernidad en búsqueda de expandir el conocimiento y la posesión de la naturaleza, la producción, la circulación y el consumo de los bienes; 3.- un proyecto renovador, que comprende la búsqueda incansable de un mejoramiento e innovación, propios de una relación con la naturaleza y una sociedad cuya visión del mundo no se encuentre condicionada por la religión, unido esto a un replanteamiento de los signos de distinción que el consumismo ha agotado; y por último, 4.- un proyecto democratizador, denominando así a la modernidad que aspira lograr un desarrollo racional y moral a partir de la educación y la difusión del arte y los saberes especializados.
Por lo tanto la modernidad se define con relación a un marco temporal (desde finales siglo XV- principios XVI hasta la sociedad postindustrial actual), la tendencia de ese periodo (hacia la secularización y la tecnificación), los factores importantes en su desarrollo (religión protestante, ruptura económica del siglo XVIII, ciencia del Barroco), y a la idea de progreso (que tras las Guerras Mundiales decae). Estas son las bases de la cultura del capitalismo bajo la cual se desarrolla y encuentra su negación histórica: La postmodernidad.

Modernidad y posmodernidad
Vivimos en un cambio de época a la cual muchos intelectuales y filósofos llaman el pasaje de la modernidad a la posmodernidad. ¿Cómo entender este cambio? Gran parte de la bibliografía de estos últimos veinte años ha sido dedicada a ello.
Bastaría con preguntarnos si creemos que el progreso de la ciencia, de la economía, del arte, le permitirán a la humanidad vivir en un mundo mejor. Sin duda esta pregunta es muy difícil de responder, pero nos puede servir como un test para entender una primera gran diferencia entre la modernidad y la posmodernidad.
El prototipo de hombre moderno es aquel que confía en que el curso de la historia debe estar orientado por el progreso, vive y proyecta su vida para ello. Para él, el progreso garantiza que el día de mañana será mejor que el de hoy. En cambio, la posmodernidad surge del descreimiento, de la desconfianza y hasta el escepticismo. Ya no se cree que el progreso constituye necesariamente un bien para la humanidad. "El progreso se ha vuelto rutina", dice el filósofo italiano Gianni Vattimo en su libro El fin de la modernidad.
En la posmodernidad se desvalorizan todos los ideales y expectativas. La falta de confianza en el futuro, junto con la desaparición de los grandes proyectos comunes (ideologías de la emancipación, utopías), dejan un vacío que a menudo es llenado por el pesimismo o el desinterés, que conducen al hombre actual hacia un proceso de creciente aislamiento.
Jean Francois Lyotard, otro filósofo que se ha ocupado de pensar la posmodernidad, sostiene que ella resulta del desarrollo de la modernidad. Dice que "la posmodernidad es cosa moderna", y describe "la condición posmoderna" como la instancia en la que el hombre se ve cada vez más lejos de poder incidir con sus acciones en el curso de la historia. Experimenta la sensación de que los acontecimientos se han vuelto independientes respecto de sus actos, y que lo que cada hombre puede hacer es demasiado poco.
Defender el proyecto moderno es defender la necesidad de fundamentar racionalmente nuestras acciones, mantener la autonomía del arte, la ciencia y la moral. En definitiva, seguir sosteniendo que la racionalidad es la condición de posibilidad de un mundo donde todos y cada uno de los hombres puedan llegar a ser libres.
La transformación consiste en pasar de la filosofía del sujeto a una filosofía de la acción ínter subjetiva. Todo el trabajo de Habermas se orienta hacia este fin: pasar del paradigma físico-matemático, que ha dominado en la modernidad, al paradigma de las ciencias sociales, y desarrollar una teoría de la comunicación entre sujetos, a diferencia del sujeto cartesiano.

La posmodernidad y la cultura de los medios
Muchos intelectuales y filósofos sostienen que la posmodernidad es una época producida y dominada por la cultura de los medios de comunicación (especialmente la televisión).
Los medios de comunicación permitieron el acceso a la opinión pública de minorías de todo tipo. Se trata de un proceso pluralización que hace imposible un punto de vista único acerca de la realidad. Muchos pensaron que la simultaneidad de la televisión y la circulación de la información darían como resultado una sociedad más transparente donde los obstáculos de la comunicación serían eliminados. Sin embargo a ocurrido lo contrario. Al multiplicarse los centros desde donde surge la información se multiplicaron también los sujetos y las narraciones, lo que dio lugar a una fragmentación de la imagen del mundo.
El predominio de los medios de comunicación en la sociedad actual ha ido generando una cultura del espectáculo donde la finalidad pareciera ser, tal como la indica Alain Finkielkraut, "llenar bien los ojos para vaciar la cabeza". Basta en recordar los numerosos programas periodísticos en los cuales la información se convertiría en Show.
En este sentido, Jean Baudrillard, sostiene que con el televisor el mundo se mete en nuestra casa. El límite entre lo público y lo privado ha sido disuelto por la invasión de los medios. Su poder simulador procede una realidad más poderosa y, por ello, más real que la conformada por sujetos y objetos.
Si pensamos en el poder de los medios en lo que se refiere a la formación de la conciencia pública, notaremos que vivimos en un mundo más complejo, plagado de informaciones, y donde la realidad se fabrica día a día. Es un desafío para todos aprender a habitar este mundo interrogado por la tecnología y la comunicación.

Conclusión

Este cambio de época que vivimos en donde la falta de progreso, por lo tanto, de proyección futura, de inestabilidad, pesimismo, frivolidad absoluta, no solo es la negación de los valores de la modernidad; sino son el producto contradictorio de su evolución, al fin de cuentas, como decía Marx al definir a la modernidad, “todo lo sólido se desvanece en el aire”, esa idea de transformación permanente desapareció por esta nueva, en donde la antinomia status quo-transformación no tiene asidero social. La relatividad de nuestra vida a ocupado todo el arco social; es relativo el conocimiento científico y los grandes relatos, en vez de religiones proliferan las sectas y todo tipo de misticismo, y junto con ella se proclama el fin de las ideologías y de la política, la cual se ha adaptado al “show televisivo”.
Este proceso actual no es el fin de la modernidad y del capitalismo, sino el producto de su barbarie; son las contradicciones culturales del capitalismo (como tituló Daniel Bell a su libro) las que han creado a la posmodernidad como una etapa de transición hacia un salto cualitativo en la sociedad. La única certeza es que hacia atrás no se puede volver.

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